Nuestra voluntad [Privado Uni]

Una suave voz la despertaba, que parecía sonar desde un intercomunicador. El avión había llegado a destino, eso lograba identificar con total certeza entre de lo que escuchaba, entre el medio de sus sueños y de la realidad. Sin abrir los ojos aun, estiró sus brazos con total seguridad. No habría nadie al lado de ella, después de todo había tomado un vuelo privado. ¿Por qué? Había viajado solo unos días para investigar el misterio que tanto le provocaba curiosidad, aunque eso, era para explicar luego. Ahora sí, pasados unos minutos, abrió sus rasgados pero hermosos ojos ámbar mientras que veía que el avión estaba lentamente bajando hacia superficie. El amanecer le regalaba sin duda una imagen increíble, mientras el paisaje claramente reservado le daba la bienvenida a Japón. Se destapó y se levantó inmediatamente antes de que anunciaran que estaban aterrizando, solo para lavarse los dientes, su rostro y peinarse. Luego se preocuparía por lo demás, aunque ya estaba prácticamente preparada por el viaje de dos horas que había tomado, sin escalas ni nada, cortesía de CEDEF.

Llegó de vuelta, y la azafata le comentó que debía sentarse pues estaban por aterrizar. Asintió levemente, mientras que tomaba unos documentos, al parecer muchos registros de estudios anteriormente hechos, aunque algunos no tenían una base exacta de lo que se estaba buscando. Suspiró, debía ser la décima vez que lo leía, pero lo mejor estaba por pasar. Por fin conocería a una de las bases de este experimento y, no solo eso, sino que podía investigar con ella. Una leve sonrisa se hizo en su rostro. No era una de las cosas que más le gustaba, eso de andar sacando sangre y mirándola era cosa de enfermeras, decía ella; pero el resultado y las comparaciones era algo que le atraía más a Natasha.

Unos minutos después, no demasiados, el avión ya había aterrizado y llegado a destino. Apenas bajó del mismo, con una gran valija arrastrando tras ella, una limosina la esperaba a solo unos pasos. Bastó nada más con entrar, pero había algo que la incomodaba totalmente, y era cómo estaba vestida para conocer a prácticamente la reina o princesa de la mafia. Sin preguntar ni importarle que el guardia, o también el chofer que rara vez veía hacia atrás, la vieran casi completamente desnuda, comenzó a desvestirse, empezando con sus medias, luego su falda, después su blusa. Sin una sola pizca de sonrojo en sus mejillas –a diferencia del pobre guardia que moría de la vergüenza-, buscó entre su valija un vestido acorde a la situación, encontrándolo. No era uno de fiesta, pero estaba bien para lo que estaba por realizar, para tal acontecimiento. Un hermoso vestido color blanco crudo, con volados hasta la mitad del muslo, y el escote estilo kimono, como decía ella. Sin duda le quedaba increíble, aunque bueno, el guardia claramente había visto por debajo del mismo. Sin ponerse medias, simplemente se puso aquellos zapatos de tacón, de los que fácilmente podrías bailar aquella danza tan característica de un país de América del Sur –sí, hablamos del tango, baile proveniente de Argentina-, de color negro y que sostenía sus tobillos con una ligera cinta. Unos accesorios más y el collar que tanto llevaba de perla, y listo. No hacía falta más que maquillarse y acomodarse un poco el cabello. Tomó su labial favorito, color rouge y se pintó aquellos labios que el guardia no dejaba de mirar.

Ah, esto le parecía levemente divertido. Le guiñó el ojo con una sonrisa, y luego observó hacia afuera puesto a que el conductor estaba disminuyendo su velocidad y entrando hacia una pequeña finca, aunque bueno, no tan pequeña. Simplemente era sublime, y era digna de una persona como la que vivía allí dentro.

Bajó del auto escoltada por aquel guardia que hacía segundos atrás había vuelto prácticamente loco, si no fuera que tenía que mantener cordura, y luego caminó hacia la entrada. Enseguida la hicieron esperar en el salón de visitas, y al poco tiempo, llegó la persona que estaba esperando.

— Uni-chan, un gusto conocerla. – su sonrisa la delataba por completo. Conocerla sin duda era algo grato para Natasha. – Hace tiempo que estaba esperando esto, ¿y usted? Seguro ya te han contado de mi, y de lo que haremos, aunque bueno... no me imaginaba que la princesa de la mafia fuera tan pequeña. – preguntó, sin rodeos. Así era ella. Solo hacía falta que la princesa de la mafia se acostumbrara.